miércoles, 22 de septiembre de 2010

Un paisano, nomás

Empezó en unos versos que dedicaba a mi padre. El es, básicamente, en su esencia profunda, un “paisano”. Se entiende: un campesino patagónico, nacido y crecido en el campo, ávido de distancias y conocedor de los signos de la tierra. Pero también es un ser “complejamente sencillo”.
El oxímoron vale. Conozco esa extraña cultura. La recibí desde su silenciosa escuela, esa que construyó junto a mi madre, paisana también, representante de esa sencilla rebeldía de los de abajo. Juntos me enseñaron a callar pero no aceptar. A aceptar, pero decir que se luchará en contra.
A poco andar los versos… sentí que también hablaban de mí. Y que nombraban a cualquier vecino pobre de El Pedregoso; a cualquier cordillerano parte de los desposeídos de siempre; a cualquier chubutano explotado; a todos los patagónicos humillados por el Poder.
Los versos se hilaban para mostrarme que la mirada podía crecer, como círculos concéntricos en el agua. Recordé a Paulo, que dedicó sus enseñanzas “a los desharrapados del mundo” y a los que “con ellos sufren y con ellos luchan”.
La milonga quería hablar de todos nosotros.
Nosotros. Los que de a poco reconocemos nuestras rebeldías y nuestras luchas. Los que aguantamos el filo en la cintura. Nosotros. Los paisanos del mundo.


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