El oxímoron vale. Conozco esa extraña cultura. La recibí desde su silenciosa escuela, esa que construyó junto a mi madre, paisana también, representante de esa sencilla rebeldía de los de abajo. Juntos me enseñaron a callar pero no aceptar. A aceptar, pero decir que se luchará en contra.
A poco andar los versos… sentí que también hablaban de mí. Y que nombraban a cualquier vecino pobre de El Pedregoso; a cualquier cordillerano parte de los desposeídos de siempre; a cualquier chubutano explotado; a todos los patagónicos humillados por el Poder.
Los versos se hilaban para mostrarme que la mirada podía crecer, como círculos concéntricos en el agua. Recordé a Paulo, que dedicó sus enseñanzas “a los desharrapados del mundo” y a los que “con ellos sufren y con ellos luchan”.
La milonga quería hablar de todos nosotros.
Nosotros. Los que de a poco reconocemos nuestras rebeldías y nuestras luchas. Los que aguantamos el filo en la cintura. Nosotros. Los paisanos del mundo.
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